viernes, 2 de noviembre de 2012

La generación ye-ye y la música en la España de los 60

Mi generación pertenece al movimiento ye-ye en su escala más joven, y como tal lo vivimos como muy nuestro. Una transición que no llegó a ser tal sino una revolución en toda regla. Un cambio espectacular en la cultura musical y en muchos otros aspectos. El término ye-ye es mucho más que un estribillo de las canciones pop de los años 60; es un concepto, es el significado más profundo de toda una cultura pop: un estilo de vida, una forma de ser y de vestir, una actitud y un comportamiento ante los cambios sociales y, sobre todo, una parte muy importante de la música de una década prodigiosa. La mejor sin duda hasta la fecha.
La España de inicios de los 60 estaba algo aislada de las revoluciones que se producían en el resto del mundo (guerra de Vietnam, revolución social de los negros, la minifalda, la cultura pop…). La música que se escuchaba era la clásica de coplas, boleros, orquesta, canciones románticas y poco más. Pero de pronto, en especial en el período 1964-68, la economía se desarrolla con fuerza y surge una clase media con mayor poder adquisitivo. Se empieza a consumir ocio, moda, música… Se ponen de moda los tocadiscos, los LP’s, el Seat 600, las minifaldas… 

España poco a poco se abre al turismo, nuevos estilos de vida se mezclan con nuestra cultura, y todo ello contribuye a abrir una brecha en las tradiciones más conservadoras de la sociedad que provoca el despertar de los jóvenes al son de la música que venía de fuera. Unos jóvenes que se reúnen en los conocidos guateques, fiestas en casa de las familias, y más tarde en pequeños clubs donde bailan con despreocupación y prima la diversión. Una música que se llamó “moderna”, “ye-ye”, o “música pop”, su expresión más aceptada.




Clásico local ye-ye situado en los bajos de un edificio

La generación ye-ye no solo se define por un tipo de música o una forma particular en el vestir, sino también por un sentimiento de ruptura con generaciones anteriores y su entorno. Aunque el movimiento ye-ye contagiaba a toda Europa, en España, tuvo sus elementos diferenciadores: a nivel musical (se internacionaliza), y a nivel social (se manifiesta en una nueva norma de conducta); no era un movimiento radical pero estaba un poco al margen de la estructura establecida. Además de los guateques “controlados” por las familias, empiezan a proliferar, locales o clubs de reunión con una característica común: su entrada es la una cafetería normal, pero si se observa con atención una puerta en el fondo del local nos conduce por una estrecha escalera de bajada hasta una sala no muy grande, con luces rojas en las paredes, no muchas, donde parejas muy jóvenes bailaban a todo trapo. En ese sótano se encontraba parte de una generación que rechazaba las normas de una sociedad que, sin ir más lejos, se podían contemplar solo con subir al primer piso y echar una ojeada a las mesas o alrededor de la barra ¿Qué hacían los muchachos en el sótano? Pues… solo bailar, y… también abrazarse. ¡¡Ahí empezaba el mundo ye-ye!!.

Los jóvenes de esa nueva generación se distinguían por dos signos externos: la música y los atuendos. La música era el catalizador, su forma de evasión y comunicación, la expresión de sus inquietudes y preocupaciones. No son golfos, ni pícaros, ni gamberros. O quizás sí. O tal vez no. Pero si hay un hecho: cada vez surgen más clubs de este tipo. No son clubs regidos con estilo empresarial. No. Son reuniones de jóvenes al reclamo de la música. Clubs más modestos, incluso propios, de menor empaque, pero de mucho mayor carácter. Un garaje, un trastero, cualquier lugar era bueno. Tenían un cierto parecido con los guateques, pero sin el control paternal les daba un aire de mayor libertad. 

A su manera, los jóvenes afirmaban una personalidad, al tiempo que se alejaban de otra que sentían como impuesta. También en sus signos externos. Los chicos se dejan crecer el pelo por encima de las orejas; se preocupan, más que las chicas, en la forma de vestir y, contra lo que pudiera parecer, la mayoría prefieren la pulcritud y la discreción, lo que no excluye la audacia en sus diseños. Las chicas, a la vuelta de la esquina, lejos de la mirada familiar, cambian sus faldas por minifaldas y se convierten así en objeto de deseo. La realidad es que ¡¡por primera vez, los jóvenes dejan de vestirse como sus padres!! Lo que nadie podía imaginar, como se pudo demostrar más tarde, es que con el tiempo…: ¡¡los padres acabaron vistiéndose como sus hijos!!


The Beatles durante un concierto celebrado en 1964 en el Washington Coliseum

El movimiento ye-ye, de alguna manera, permite seguir los cambios que se produjeron en España hasta principios de los 70. Sin duda en aquel momento una revolución se puso en marcha. Al tiempo que emergen las inquietudes sociales, la juventud vislumbra un cambio generacional, que cobra su máxima fuerza quizás en 1965 con la aparición de nuevos grupos musicales y la apertura de clubs y locales ye-ye. Un año en el que el “sonido Beatles” ejerció una influencia extraordinaria con alguna de sus canciones ocupando casi siempre el primer lugar del Hit Parade Nacional. 

Pero no solo The Beatles, también otros importantes conjuntos británicos, como The Rolling Stones, The Searchers, The Kinks o The Shadows. Eran la punta de lanza de la nueva música moderna. Hubo quien pretendió, sin conseguirlo, reprobar este movimiento amparándose en normas “cívicas” de dudosa validez: que si se producían manifestaciones de histerismo colectivo, que si la juventud se descontrolaba, que si… Todo esto, que era cierto, no era más que una circunstancia, una forma de adjetivar al nuevo fenómeno musical. Considerar una secuela como lo más importante y negar la principal evidencia es un contrasentido. De cualquier manera, es fácil comprender por que la juventud, que tenía ya la posibilidad de adquirir discos y estar al día de los “hits” allende nuestras fronteras, difícilmente podía seguir con las antiguas tendencias musicales.

La revolución iniciada por The Beatles hizo que los grupos españoles se decantaran rápidamente por el pop británico y contribuyó a una gran explosión de nuevos conjuntos. Su llegada a España en 1965 fue todo un acontecimiento. Su primera y única vez. Sus dos únicos conciertos, celebrados en las plazas de toros de Madrid y Barcelona, estuvieron rodeados de un ambiente enrarecido, de reacciones de sectores conservadores y puritanos que criticaban su aspecto, sus canciones, hasta las costumbres de aquellos… “bárbaros melenudos”. Pero se  convirtieron en los ídolos de la gente joven, imponiendo un nuevo look y una nueva forma de hacer música. Sorprende el auge que en poco tiempo alcanzaron los “combos”, pequeños conjuntos formados por cuatro o cinco instrumentistas, que a imitación de sus colegas británicos empiezan a surgir de la nada. Por toda la geografía española, no había ciudad o pueblo que no tuviera el suyo propio. Crearon un clima propicio, del que salieron nombres tan conocidos como Los Pekenikes, Los Brincos, Los Bravos, Los Sonor, Los Mustang o Los Tonys, solo por citar algunos.


Los Brincos en uno de sus primeros conciertos

Los Pekenikes y Los Sonor, los más veteranos, son los que inician la progresiva españolización de los temas musicales. Los Pekenikes, quizás el mejor conjunto en calidad musical, con sus arreglos de temas populares como “Los cuatro muleros” enseguida alcanzan los primeros puestos del Hit Parade. Sin embargo, Los Sonor se apartan en cierta medida de las corrientes externas, siendo su rasgo más característico la incorporación de la batería como un instrumento melódico más de apoyo y no solo de mero acompañamiento.

Los Brincos causaron un enorme impacto con su canción “Flamenco”, en la que mezclan ritmos folklóricos españoles con el más puro estilo pop británico. Fue un éxito arrollador. Comenzaron cantando en inglés versiones de éxitos extranjeros, pero pronto impusieron sus propio temas. Por primera vez, un conjunto español era reconocido a nivel internacional. Su rasgo más característico: la calidad vocal y un gran sentido de la melodía pop. Se les llamó “Los Beatles españoles”. Fueron sin duda la gran fuerza pop del país.

Los Bravos cultivaron más el estilo rock. Gracias a su canción “Black is black”, la buena pronunciación del inglés de su cantante, junto a su presencia escénica, una de sus bazas para “exportar”, quizás fueron el grupo de mayor repercusión internacional. En cuanto a Los Mustang, grandes intérpretes, los mejores, de los éxitos extranjeros, nunca se distinguieron por crear sus propios temas. Lo mismo les pasó a Los Tonys. Eso sí, sus versiones de los éxitos del momento siempre eran impecables.

A la mayoría de estos conjuntos, con una calidad técnica apreciable, les faltaba lo más importante para ser completos: capacidad creativa. Y en esa línea llevaban ventaja Los Brincos, autores de sus canciones, incluso de aquellas editadas en inglés, lo que nunca fue obstáculo para ser aceptadas por el público. La fórmula causó gran impacto, pero no quisieron abusar de ella porque sus pretensiones eran lograr un “sonido Brincos”. En esa carrera competitiva entre los conjuntos españoles, fueron los primeros en lograr un sonido propio.


La juventud y las motocicletas, una nueva norma de conducta de los 60

Hemos hecho referencia a la gran influencia del pop británico en nuestra tradición musical, sin embargo el fenómeno de la música ye-ye parece que tuvo sus orígenes en el programa de radio francés “Salut les copains”. Una de sus secciones, “Le Chouchou de la Semaine”, en la que se elegía el “chouchou” o favorito de la semana, fue el punto de partida de muchos cantantes populares. Era un programa de gran éxito entre el público quinceañero: la generación ye-ye, que se identifica con los “teenagers” ingleses, y a los que a falta de otro término más apropiado para designar a los jóvenes de 13 a 19 años, en un principio se les llamó adolescentes. Un programa que se convirtió en la plataforma de cantantes y grupos que muy pronto acaparan las listas de éxitos de la música francesa. A menudo en los primeros puestos aparecían Françoise Hardy (“Tous les garçons et les filles”), Johnny Hallyday, Claude François, Sylvie Vartan (“Si yo canto”), Sheila o France Gall (“Poupée de cire, poupée de son”). Petula Clark y The Beatles eran entre los extranjeros los reyes de la canción del momento. 


                   Sylvie Vartan, con The Beatles, antes de una actuación en el teatro Olimpia de París en 1964

En un principio, el movimiento ye-ye lo representaban chicas jóvenes que interpretaban “chouchous” de manera desenfadada. Bajo la guía de un productor musical, la mayoría hablaban de temas de amor y desamor con pequeñas dosis de sexualidad. El proceso era sencillo. Las casas discográficas, al darse cuenta de que muchos jóvenes tenían dinero suficiente para gastarse en discos, elegían canciones del gran repertorio disponible del rock and roll y el rithm&blues de Estados Unidos; luego, hacían buenas versiones con músicos de estudio y al final seleccionaban a una chica (o un chico) atractiva para su interpretación. 

También en Inglaterra y otras partes del mundo se apuntaron a la moda de las versiones, pero en Francia fue algo distinto. Le pusieron el nombre de música ye-ye por ser el sonido de acompañamiento que los coros hacían a la cantante solista. Ocurrió de forma casual al traducir la letra de las canciones originales y sustituir el término yeah-yeah inglés: no era raro escuchar a los coros entonar junto al cantante de turno la famosa coletilla del “ye-ye-ye”. Música pop sin duda pero a la que el toque “ye-ye” hizo algo distinta. Fue el primer movimiento musical encabezado en gran medida por chicas. Las jóvenes se veían reflejadas por primera vez en sus ídolos, adolescentes como ellas, y las letras de sus canciones les hablaban de temas bien conocidos.

Cuesta un poco imaginar la música ye-ye en la España que tanto se escandalizó con la visita de The Beatles y donde cualquier novedad levantaba miradas de sospecha. Se decía que en su concierto en Madrid en 1965, muchas chicas fueron amonestadas por la policía por “vestir provocativamente”. Una música que trajo consigo una forma de vestir que se concretó en el atuendo femenino de los pantalones y la minifalda. Su mejor representante, Karina, procedía del famoso espacio de TVE “Escala en Hi-fi” de gran audiencia entre los jóvenes. Un programa, dedicado al mundo del disco, donde jóvenes actores simulaban en play back los éxitos del momento. Rubia, al igual que la francesa Sylvie Vartan, de ojos azules, inofensiva mirada, y un cierto aire de niña, era la encarnación perfecta de la chica ye-ye. Sus letras inocentes, sus temas almibarados como “Las flechas del amor”, “Romeo y Julieta” o “El baúl de los recuerdos”, se bailaron en todo el país. Otras cantantes destacadas de este movimiento fueron Marisol, Jeanette, Gelu o Conchita (ahora Concha) Velasco. Esta última se convirtió en “involuntaria” abanderada de lo ye-ye. Actriz, y no cantante, su canción “La chica ye-ye”, que interpretaba en la película “Historias de la televisión”, un tanto empalagosa, fue en cierta manera símbolo de los cambios sociales que se estaban produciendo. Aunque ahora pueda parecer una canción remilgada, proponía un nuevo modelo de mujer joven, al tiempo que reclamaba una mayor libertad y una forma de vida menos encorsetada. Como decía en alguna de sus estrofas: “Con el pelo alborotado y las medias de color” o “Y vendrás como siempre a suplicarme que sea tu chica, tu chica ye-ye”.

El ye-ye masculino estuvo muy bien representado por conjuntos como Los Brincos, El Dúo Dinámico, Los Diablos o Fórmula V. Otros muchos marcaron, no solo en lo ye-ye, toda una época en la música pop española de los 60 como: Los Bravos, Los Sirex, Lone Star, Los Salvajes, Pop-Tops, Los Ángeles, Los Pasos, Los Iberos, Los Mustang, Los Payos, Los Canarios, Nuestro Pequeño Mundo, Los Módulos,…. O solistas como Massiel, Raphael, Bruno Lomas, Luis Aguilé, Joan Manuel Serrat, Manolo Díaz, Mari Trini o, Juan Pardo.


Público juvenil que se levanta, aplaude, baila,.. durante la actuación de sus ídolos en un concierto

El movimiento ye-ye en el fondo cambió hábitos que supusieron una ruptura. El turismo trajo nuevas costumbres y formas de vida, mayor información de lo que pasaba fuera, y el imparable cambio social que se estaba produciendo en Europa consiguió penetrar en nuestro país. No duró muchos años, quizás el período 1964-68 fue el más importante. Su rápida expansión hizo de la música un cauce de expresión, creando como en los demás países occidentales una nueva identidad “joven” frente a la sociedad adulta. Como todo, fue una moda con una fecha de caducidad. Luego, vino la moda hippie con una nueva estética y una ideología más contestataria e inconformista. Pero eso es otra historia.

El ye-ye fue parte de un nuevo mundo moderno y juvenil, con un elemento aglutinador: la música pop. La inocencia de lo ye-ye se quedó para siempre en aquella década eternamente joven, en aquellas chicas que cantaban al amor como si no hubiese nada más importante en el mundo. Sin duda The Beatles fueron el banderín de enganche. Se demostró que otro camino era posible para la música popular. ¡¡La música española se hizo, para siempre,… moderna!!