domingo, 3 de junio de 2012

Universidad Laboral Córdoba: estudios, profesores y otras cosas


Son recuerdos que salen con el espíritu de las buenas sensaciones. Añoranzas de compañeros, profesores y padres dominicos con los que compartíamos objetivos individuales ambiciosos que alcanzamos a fuerza de hacerlos comunes. Unos objetivos fruto de la convivencia en un entorno especial, que muchos no hubiéramos logrado de no ser por la oportunidad que nos brindó nuestra Laboral de Córdoba.

Mi primer año lo pasé en el colegio Luis de Góngora con el P. Felipe Larrañeta de director, famoso por su habitual “sermón de la escalera”, y Fray Pampín, una especie de intendente al que siempre recurríamos para resolver las labores cotidianas. Creo, aunque no estoy muy seguro, que también coincidí durante un tiempo con el P. Erviti, filósofo muy apreciado. Pero de todos ellos, y de más educadores, hablaré en otro momento, ahora tocan… otras cosas.

 Patio central con el colegio Luis de Góngora al fondo a la derecha

Teníamos una obligación primera: los estudios. Estaba claro. A muchos kilómetros de distancia, nuevos compañeros y nueva vida, estudiar era lo más importante. El curso, complemento obligatorio para aquellos que veníamos de bachilleres “normales”, tenía un nombre “extraño”: Transformación Industrial  ¡¡Que nombre tan raro para un curso!!, decíamos. Algunas asignaturas ni las conocíamos: Cultura Industrial, Tecnología, Economía Industrial, Geografía Económica,… apenas algún nombre clásico, si acaso las Matemáticas. Ese fue el bautismo de fuego de un buen grupo de entre trece y quince años, dividido en dos clases TI1 y TI2, al que le esperaba una etapa cuando menos complicada. Un mundo nuevo de estudio dentro de otro, el de la convivencia, que también lo era y mucho más. Suerte que nuestros profesores y educadores nos lo hicieron más manejable. Fue un primer año difícil, pero sobre todo ilusionante.

El ritmo de estudio, el esfuerzo obligado, era fuerte, difícil seguirlo, no había más remedio que hincar los codos para salir adelante. Además, nos tocó practicar algo que desconocíamos: los Talleres; trabajos más “livianos” en los que había que demostrar nuestras habilidades en carpintería, electricidad, ajuste y hasta con los tornos mecánicos. ¡¡Quien no se acuerda de las colas de milano, los ajustes a lima, los circuitos eléctricos o cilindrar en torno¡¡ ¡¡Que buenos ratos pasamos!!

Talleres Generales

Lo mejor o lo peor en estos casos siempre ocurre al final, cuando se acaba el curso: las notas. Las esperábamos con ansiedad. En mi caso, los resultados no pudieron ser mejores; me propusieron realizar el Peritaje, algo que no todos alcanzaban y que en aquellos tiempos era como lograr un sueño. Y así fue. Próximo curso: Selectivo. Nuevo colegio, San Alberto, con el P. Carlos Alonso de director, más serio en apariencia pero igual de acogedor en la corta distancia. También con nuevos compañeros, no todos,  que venían de Formación Profesional y Bachiller Laboral Superior. Una buena mezcla.

El curso de Selectivo representaba el salto a la madurez. Menos asignaturas, las clásicas, las de siempre, con una dificultad añadida: las clases las recibíamos en la Uni pero nos examinaban como alumnos libres de la Escuela de Peritos de Córdoba. ¡¡Nos lo teníamos que jugar todo a una carta!!. Una nueva experiencia con buen final que puso proa a mi siguiente etapa en la Universidad Laboral de Tarragona. Pero antes de esta nueva singladura, unas pequeñas pinceladas de esos dos años en Córdoba; de anécdotas impregnadas del buen sabor, algunas personales y otras tan solo contadas. ¡¡Ahí va una pequeña muestra!!
Valentín Pérez Lubián era uno de nuestros profesores de Matemáticas. Alto, fuerte, bastante grueso, muy ancho de espaldas, habilidoso, la tiza en la mano derecha y el borrador en la izquierda era su pose natural en clase. A medida que su amplio cuerpo se desplazaba en la pizarra iba escribiendo las ecuaciones con letras y números muy pequeños. Era casi obligado tomar apuntes si luego querías recordar algo de lo explicado. A menudo, para ver si le entendíamos, al tiempo que escribía solía repetir la coletilla: ¿lo ven?, ¿lo ven? Pero… ¡¡apenas se veía nada: su cuerpo lo tapaba todo!!. Con voz acolchada y su acento andaluz sonaba parecido a: ¿lobón? ¿lobón?; de ahí a llamarle “Lobón” fue solo un paso. Por cierto, muy parecido a Lubián, su verdadero apellido.



Aula del colegio San Alberto



Otra anécdota de Pérez Lubián ocurrió durante la prueba de Didáctica que cada año tenían que pasar todos los profesores. Se seleccionaba un aula y allá que se iban a disertar sobre un tema en presencia del Rector (en aquellos años el P. Cándido Aniz) y los alumnos. En esta ocasión a Lubián le tocó hablar sobre los “Limites matemáticos” y una vez más empezó a escribir en la pizarra con su postura más clásica. Al finalizar una de las demostraciones se dirigió a un alumno con la siguiente pregunta: ¿de las tres opciones que he puesto cuál es la verdadera?, ¿la primera, la segunda o la tercera?, haciendo hincapié, eso sí, en cada una de las alternativas. El alumno, que no había podido ver nada, ni corto ni perezoso, no muy preocupado por cierto, mirando a sus compañeros, también al Rector por si acaso, y por último al profesor, se levanta, hace como que piensa un momento, y responde con gran seguridad: la tercera, profesor. ¡¡Estupendo, lo has entendido muy bien, muchacho!! exclamó Lubián, un tanto reconfortado y sobre todo aliviado. La carcajada de todos se pudo oír hasta en los campos de deporte. Lo que nunca se pudo saber es si la respuesta era la correcta porque nadie o muy pocos pudieron ver si… correspondía con lo escrito en la pizarra.

En Matemáticas también nos dio clase Francisco Sanz de Lara. Persona metódica, comenzaba escribiendo en lo alto de la pizarra, estirándose bastante pues era más bien bajo de estatura, para acabar al final de la clase agachado en la esquina opuesta. Pero daba gusto, era muy fácil seguirle y tomar apuntes, siempre quedaba muy ordenada su explicación en clase. Un gran profesor que tenía otra gran virtud: cumplimentar todo el cuestionario previsto al final de cada curso. Un gran organizador y un expositor nato. Solía decir que había que desterrar dos mitos: “Uno, que las suegras son malas, y otro, que las matemáticas son difíciles”. Le entusiasmaba su asignatura y sobre todo enseñar, obligando a pensar siempre desde el raciocinio. Fumador empedernido, su forma de aspirar el humo y luego tardar en soltarlo denotaba una placidez extrema.

Profesores de aquellos años, aparte de Sanz de Lara y Lubián, fueron entre otros: Manuel Sevilla (Cultura Industrial), Boyero (Dibujo Industrial), Enrique Pozón (Contabilidad y Economía Industrial), Carlos Peñuelas (Tecnología), Mariano Rosas (Prácticas de Laboratorio), Mira Pastor y Tomás Moyano (Química),…


Visita del ministro Solís. A la izquierda, Francisco Sanz de Lara, profesor de Matemáticas. También están Enrique Pozón, profesor de Economía y Contabilidad, el rector P. Cándido Aniz y el vicerrector P. Alberto Riera


Si las clases eran importantes también lo era el estudio. Lo hacíamos en grupo en el propio aula durante los descansos entre clases, o en un estudio general a horas muy específicas. En este último caso, el responsable de mantener el orden era un padre dominico, mientras que en el aula solía ser un compañero, eso sí con un dominico paseando por los pasillos que controlaba varias clases a la vez para que nada se desmandase. Mantener el orden con métodos de autogestión es difícil, por eso era el director del colegio quien elegía a cada alumno responsable de su clase. Unas veces acertaba y otras no tanto. Había situaciones que comprometían mucho más al vigilante que al vigilado, y aquel, como “buen compañero”, en ocasiones no tenía “más remedio” que hacer la vista gorda. Y eso ocurría cuando los adictos al tabaco buscaban el menor resquicio para fumar un cigarrillo a escondidas. En la parte trasera del aula había un armario muy espacioso que enseguida se convirtió en el lugar ideal para saltarse la vigilancia; cómodo, tranquilo, era también un buen sitio para la cháchara. Solo que donde hay confianza… se va bajando la guardia. Un día que se formó una pequeña algarabía asomó el dominico para ver que pasaba, con tan mala suerte que empezó a oler a tabaco, y siguió oliendo y oliendo, hasta que terminó en el armario. Pronto se dio cuenta de que allí había algo y… “se armó la marimorena”, la bronca fue impresionante. Llegó hasta el lucero del alba y por supuesto con la pérdida de mando del responsable nombrado. En fin, de este tipo hay muchas más. No es fácil mantener el equilibrio entre la ética y la estética, y aún más controlar a tus propios compañeros sin perder la autoridad que te tienen confiada.


Al fondo se pueden ver los armarios donde algunos aprovechaban para fumarse un cigarrillo en los descansos entre clase y clase


Entre nosotros, como es lógico, siempre había chascarrillos, hasta algún profesor participaba en ellos. Lo de menos eran los motivos, lo que importaba era el buen ambiente y la intención, casi siempre sana. Uno de ellos tuvo como protagonista a un compañero que se apellidaba Real Imedio, familiar del dueño de la famosa fábrica “Pegamento Imedio”, uno de cuyos eslogan era: “si se rompe la cabeza, no importa; el remedio: Pegamento Imedio”. Pues bien, sucedió en clase de Matemáticas. El profesor, que tenía por costumbre dar las notas con números fraccionarios, comenzó un día a leer en voz alta los resultados del último examen y al llegar al susodicho, con mucha claridad, algo de mala leche, y siguiendo el eslogan referido, entonó con muy buena voz: “Real Imedio, su nota como otras veces ha sido de un cuatro y medio”.

De vez en cuando se producían acontecimientos externos que esperábamos con ansiedad, nos revolucionaban un poco. Esta vez, en especial para los asturianos, fue un partido de futbol Córdoba-Real Oviedo que, aunque disputado en el estadio El Arcángel, tuvo su incidencia en la Uni. Aquel año el Real Oviedo realizó la mejor campaña en 1ª División de su historia y despertaba un gran interés. Con estupendos jugadores como Paquito y Sánchez Lage (al año siguiente se los llevó el Valencia), y José María (fino extremo izquierdo que luego jugó en el Español), los tres más tarde internacionales, tenía como entrenador a Juanito Ochoa, muy conocido también. Muchos asturianos estábamos pendientes de aquel encuentro, pero también de la visita que su entrenador, a quien se le atribuía gran parte del mérito, iba a hacer a la Universidad para dar una conferencia. Algo no muy usual en aquellos años y más tratándose de un deporte como el futbol. Corría el mes de enero del año 1963 y allí estuvo toda una tarde disertando. Un éxito de asistencia. Por desgracia, más tarde no ocurrió lo mismo en el campo donde el Real Oviedo perdió 4-0, y es que el Córdoba de los Mingorance, Navarro y compañía eran un buen equipo y además muy arropado. Nos dieron un buen repaso. Ese día bastantes asturianos de la Uni, con compañeros de otras regiones que también se apuntaron, estuvieron en el campo animando a su equipo del alma. En la foto de abajo se puede ver al correoso grupo, pancarta en ristre, posando en las escaleras del colegio San Alberto. Por alguna razón que no recuerdo algunos, entre los que me encuentro, no pudimos salir inmortalizados ese día. Una pena porque la ilusión era máxima.



Grupo de asturianos en las escaleras del colegio San Alberto antes de partir a presenciar el partido de futbol Córdoba-Real Oviedo hacia el estadio de El Arcángel



El colegio Luis de Góngora estaba en una esquina del ala oeste y tenía unos cuantos “privilegios”, o a mi me lo parecían, con respecto al resto. También el San Alberto. Unas zonas de paseo estupendas, las mejores, sobre todo con el buen tiempo que en Córdoba lo hay y mucho, las instalaciones deportivas: piscinas, campos de futbol, pistas de atletismo,… justo al lado, todo en nuestro alcance más próximo. En las horas libres, después de las comidas, a las salidas de clase, o antes y después de las horas de estudio, era muy frecuente caminar y disfrutar por sus andurriales. Aunque había quienes preferían estar más cerca, en los lugares a los que todos íbamos a parar cuando se acercaba la hora del regreso: la puerta de entrada al colegio con sus escalones “ad hoc” y sus zonas de esparcimiento, con la megafonía cerca y la música sonando, eran de lo más solicitado. Llegar tarde después de algún aviso no era recomendable, y cuanto más cerca… mejor. Por eso, esa zona estaba casi siempre ocupada. Cuando uno tenía pocas ganas de caminar se quedaba justo a la entrada y desde allí podía ver con claridad, a lo lejos, la retahila de gente que poblaba los paseos. Era el sitio ideal para apurar los últimos minutos libres. La quietud, las conversaciones en voz queda, la música, la buena música, acompañaban; solo se rompía el encanto cuando el altavoz “chirriaba” con alguna información, pero pronto la apatía se volvía a fundir a la perfección con el resto. 


Paseo en la parte trasera de los colegios


En algún lugar de nuestro cerebro se asocian con facilidad recuerdos de nuestra vida en la Uni con la música que se escuchaba: ¡¡la música de los 60, la década prodigiosa!!. Nuestros propios compañeros seleccionaban las canciones que triunfaban. Se oían por todas partes. Había altavoces en las habitaciones, en los pasillos, en los recibidores, en las salas de estudio,… También servían para llamarnos, darnos órdenes, avisos, consejos,… Era un ir y venir continuo.

La música comenzaba muy temprano, para despertarnos, aunque a veces, entremedias, se oía una voz que decía: “rápido, todos arriba, levántense…”. En los ratos libres sonaba a casi todas horas, una maravilla, la nueva revolución musical, una mezcla de pop, rock, orquestas, coros, guitarras y baterías dominaban por doquier. ¡¡Todo empezaba a cambiar!!. Eran los tiempos de Elvis Presley (El rock de la cárcel, Love me tender), The Beatles (She loves you, Please please me), Domenico Modugno (Volare), Cliff Richard (The young ones), The Shadows (Apache), The Everly Brothers (Bye bye love),Dúo Dinámico (Quince años tiene mi amor, Perdóname), The Animals (La casa del sol naciente), The Beach Boys (Surfin’ USA), Bob Dylan (Blowin’ in the wind), Los Mustang (Quinientas millas), Ray Charles (What I´say), Roy Orbison (Oh Pretty Woman), Paul Anka (Adán y Eva), The Blue Diamonds (Ramona), Los Pekenikes (Los cuatro muleros), Little Richard (Tutti frutti), Neil Sadaka (Oh Carol), The Rolling Stones (Satisfaction), Los Brincos (Flamenco), y tantas canciones más. Día tras día marcaba una jornada nueva, la hora de saltar de la cama, los descansos, para acabar en la noche cayendo otra vez en los sueños de Morfeo.
Muchas fueron las lecciones que aprendimos, no solo las obligadas. La disciplina, en su sentido más claro, el deporte, una parte importante de nuestra formación, los hábitos de estudio, muy bien reglados, las actividades culturales, el cine, el teatro, y muchas más, que tanto contribuyeron a moldear nuestro futuro. Y por encima de todo, el espíritu de colaboración y el compañerismo, sin olvidar la ayuda desinteresada de nuestros profesores y educadores. En general, somos unas generaciones agradecidas a la formación recibida en las Universidades Laborales, al menos las que yo conocí, y sobre todo a nuestra identificación con el grupo y la convivencia. Hemos sabido más tarde que todos aprendimos de todos, hemos comprobado que tenemos algo y bueno en común. Hemos compartido tiempo y vivencias de una etapa educativa llena de sensaciones y realidades que resisten el paso del tiempo.